Bajo San Isidro: El barrio top ahora tiene su rinconcito hippie chic
Antes, la gastronomía de San Isidro solo eran parrillas frente al Hipódromo. Ahora surgió un nuevo polo con propuestas informales: precios bajos, platos simples y una onda entre rústica y lo glamorosa.
Si se piensa en San Isidro como destino gastronómico, lo primero que aparece en el radar es el circuito de Dardo Rocha o el de Avenida Libertador, con sus restaurantes de precios medio/altos, valet parkings y cierta opulencia. La Rosa Negra y Kansas son dos ejemplos. Pero ahora esta localidad esconde un secreto que es otra historia: el Bajo.
Bajando las barrancas que dan al río – por las calles Perú, Roque Saénz Peña o Primera Junta – existe un territorio que poco tiene que ver con lo de arriba. Encerrado entre el Tren de la Costa y el Río de la Plata, el Bajo consta de 30 manzanas en pleno resurgimiento. Hace una década todavía era un lugar oscuro, propenso a la inundación y de casas humildes. En definitiva: una zona a la que nadie iba a pasear y menos a comer, a excepción de unos pocos que la atravesaban fugazmente para tomarse un clericó en Barisidro, el incombustible bar con vista al río. Todo eso cambió.
Desde que se construyó en la costa un albardón (una especie de dique) que evita que las crecidas sean trágicas, el Bajo empezó a estar más lindo. Y en los últimos años se produjo la gran metamorfosis. La presión inmobiliaria que ya saturó todo el resto de Zona Norte avanzó sobre el último reducto virgen y el valor del metro cuadrado se duplicó y hasta triplicó. Lo hicieron su hogar parejas de profesionales jóvenes, llegaron los locales de diseño de indumentaria y de muebles, se instalaron 55 talleres de artistas plásticos y se creó un ambiente entre bohemio, palermitano y hippie chic que tiene su corolario en la pata gastronómica: ya hay más de 20 restaurantes y varios de ellos valen la pena. Son cancheros, tienen carácter “bien Bajo” –mucha vereda con sauces, mesas con velitas, esa cosa vacacional y naútica– y lo más importante de todo, son gentiles con el paladar y tienen precios relativamente accesibles. Las tres arterias centrales de restós son las calles Roque Sáenz Peña, Tiscornia y Primera Junta. Estos son algunos de los más fieles representantes de esta movida.
TRES
Abrió a principios de febrero y es un símbolo de la incipiente sofisticación del bajo, ya que ofrece la muy en boga cocina peruana nikkei. Un mix para salir a comer, tomar algo y también ser visto (algo de esa filosofía que instauró Campo Bravo en Las Cañitas). Las mejores mesas están en la vereda, bajo los árboles. Adentro, tampoco está mal: decoración sobria, espejos, paredes patinadas en colores pastel. Tiraditos de salmón con salsa maracuyá, ceviche de mariscos y anticucho de pulpo macerado en salsa de ají. También hay sushi. Tres es el restaurante del Bajo qué más tarde cierra: los viernes y sábados, entre las tres y cuatro de la mañana. Pasada la medianoche se pone el chip de bar y hay variedad de pisco sours: de mora con menta, de pomelo con frutilla y el clásico (todos 35 pesos). Precio promedio: 150 pesos.
(Roque Saenz Peña 1012 / T. 15 6436-1834)
MAI MAI
Se destaca como bar/boliche. La ambientación es de lounge: mega galpón con mega barra en el que se dispusieron varios “livingcitos” (sillones antiguos y mesitas ratonas) con velitas y luces tenues. Quienes pululan son en su mayoría jóvenes de entre 25 y 35 años target San Isidro. Los tragos -bien terrenales- cuestan alrededor de 30 pesos. A Mai Mai se puede ir con amigos a charlar de la vida, con pareja -es una meca de las primeras citas- o de levante (en la barra hay cacería). Abrió hace cinco años y hace uno que sumaron -abierto de 9 a 12 de la noche- un pequeño restaurante de atmósfera intimista (velas, jazz, un piano en la pared) y tiene un detalle simpático: los platos son discos de pasta. La especialidad es la bondiola de cerdo con salsa de Malbec. Precio promedio: 100 pesos.
(Primera Junta 1021 / T. 4747-7188)
LA ANITA
Es uno de los más famosos de la zona. En 2007 su dueña, Gimena Mora, compró un viejo almacén de barrio con un socio y empezó a cocinar platos para delivery menos mundanos que una milanesa (es decir, se podían pedir platos de mar), después refaccionó “el patio de atrás” al estilo Trastevere romano y puso mesas. Derivó en un éxito que les quedó grande. Por lo cual hace un año se mudaron a unas cuadras, a la calle Tiscornia. Ahora es un restaurante importante en tamaño y en cantidad de comensales: de las diez mesas del original se pasó a cuarenta. Ambientación tipo mediterránea, sillas de madera azules, mantelitos con cuadros, enredaderas asomando en las paredes. De algún modo, un pueblito griego. La Anita se llena de gente y es ruidoso. Priman los amigos y las parejas jóvenes. La masividad redunda en colas de parado para las que hay que tener aguante. El déficit es el servicio: señoritas que recurrentemente atienden antipáticas y son cero eficientes. Eso sí, los platos está muy bien. El clásico es apuntar a la comida de mar, como una brótola con verduras, o hacia las ensaladas, como la de rúcula con tomates secos, hongos y queso parmesano. Los precios son más bajos de lo que se podría prever: unos $85 por persona.
(Tiscornia 843 / T. 4742-6255)
SEDDON
Una opción genial para ir en pareja. Una casa de madera de arquitectura isleña que es una reliquia del barrio: tiene más de cien años. Ambientación intimista de luces bajas, pisos que crujen, faroles de kerosene colgados de las paredes, jazz y blues como melodía de fondo. Rústico pero bien puesto. Si el clima lo permite, también se puede comer en el jardín. El menú ofrece una variedad de comida bastante básica con un toque casero. Están bien los raviolones de salmón y camarones con una salsa de albahaca, oliva, tomates cherry y Chardonnay. También el bife de lomo con crema de hongos y cebolla, que sale con papas salteadas. Seddón abrió a fines de 2011 y es del mismo dueño –quien vive en la planta superior– del de San Telmo. Antes, aquí funcionaba El Toto, un muy aceptable restó que según la leyenda era uno de los preferidos de Susana Giménez. Precio promedio: 120 pesos.
(Primera Junta 1049 / T. 4747-6735)
SUDESTE
En parte similar a Seddón, está montado en una casa centenaria de arquitectura isleña y si el cielo está estrellado, lo inteligente es probar el jardín. La decoración es rústica (madera, velitas, alguna que otra antigüedad), pero está muy bien cuidada, lo que le da una impronta de sofisticación, tipo hotel boutique. Atendido por su dueño (un fotógrafo profesional que trabajó varios años para el diario La Nación), el servicio es cálido y personalizado. La especialidad: comida mediterránea. Ejemplos: brótola con salsa de cítricos y un mix de vegetales salteados o suprema rellena con queso gruyere acompañada con espinaca con salsa de cerveza negra. Buen point para parejas o para comensales a los que les guste hablar bajito. Precio promedio: 120 pesos.
(Tiscornia 962 / T. 4742-7694)
LO DE NACHO
Nacho -un muchacho de 35 años con onda surfer y oriundo del Bajo (de familia gastronómica)- es el dueño y artífice de esta pizzería (y algo más) que abrió sus puertas hace seis años y es un éxito total. Tanto que sobre Roque Saenz Peña se genera un aglomeramiento de gente que busca lugar en alguna de sus treinta mesas en la vereda, bajo una ramada y lucecitas de color carnavaleras. La sensación es la de estar en un lugar de vacaciones en el que se puede caer perfectamente en Havaianas. La fija es la pizza a la parrilla (bien hecha, crocante, gustos típicos) aunque también hay pastas aceptables (muy bien los raviolones de mozzarella y calabaza) y abundantes porciones de fajitas. No se puede decir que se conoce el Bajo sin haber comido en lo de Nacho. Prevalece el público juvenil. Precio promedio: 65 pesos.
(Roque Saenz Peña 1061 / T. 4747-6058)
HORNO DE BARRO, CRAYONES Y PRECIOS BAJOS
El fenómeno de Las Cabritas y Las Cholas (Las Cañitas) y Las Cabras (Palermo), esas parrillas bulliciosas, juveniles, que la gente identifica por los crayones para dibujar en cada mesa, llegó al Bajo hace un año y monedas. Aquí se llama El Ñandú y está a cincuenta metros del parador Perú Beach. Como con sus hermanas capitalinas, la clave de la convocatoria masiva -cuesta conseguir mesa aunque haya un centenar- es la relación precio calidad (unos $85 por cabeza). El menú es de comida bien argentina: carnes asadas, tamales, ñoquis al horno de barro. Una opción que no falla y que además es de lo más barato son los “arrocitos” que vienen con hongos y queso fundido en cazuelitas de cerámica.
(Sebastián Elcano 648 / T. 4798-0390).
Otra opción que tiene su fuerte en la relación precio calidad es Tántalos. Abrió a principios de 2011 en una esquina con ocho mesas. Hay buenas tapas españolas -tortillas de papas, gambas al ajillo, pollitos al puerro- y también puede salir la cazuela de mariscos con arroz. Gasto promedio de $65 per cápita.
(Tiscornia 803 / T. 4747-4400).
Por Santiago Casanello - Revista Planeta Joy